La superficie continental asciende a 149 millones de km², de los que únicamente 104 millones resultan habitables. Dentro de ese reducido espacio, la agricultura dispone de 5.100 millones de hectáreas. Sin embargo, solo 1.100 millones se cultivan; dicho de otro modo, el 5% de toda la tierra del planeta es cultivable y apenas el 1% está en producción, con un aprovechamiento del 74 % del suelo apto.
En esas hectáreas fértiles prosperan 73 millones dedicadas a cultivos leñosos permanentes: un 77% en secano y un 23% a través de irrigación. Pero el agua dulce accesible para el ser humano representa solo el 0,00025 % de la superficie terrestre: el 38% está retenido como humedad en el suelo, el 52% en lagos, apenas un 2% en vapor y ríos, y el resto en seres vivos y alimentos.
La humanidad ya supera los 8.000 millones de habitantes –cuatro veces más que hace un siglo– y, paradójicamente, cada día más de 820 millones padecen hambre. Mientras tanto, se desperdicia un tercio de la comida mundial: 3.600 millones de toneladas anuales, valoradas en 1,3 billones de euros. Con esa merma bastaría para nutrir sobradamente a la población que sufre desnutrición.
Hoy la agricultura provee el 99,7% de los nutrientes que ingerimos. Sin embargo, las previsiones indican que en 2.100 apenas el 15% de la población activa trabajará la tierra (en la UE, el porcentaje caerá a un 2%). El relevo generacional se esfuma mientras la industria de alimentos ultra procesados gana terreno: la OMS calcula que en 2024 se vendieron casi 600.000 toneladas de estos productos, equivalentes ya a más del 10% de nuestra dieta global.
Nuestro país figura como el séptimo del mundo por superficie fotovoltaica sobre tierras de cultivo: 50.000 ha –el 0,2 % de la superficie agraria útil– según el Ministerio de Agricultura. Para ponerlo en perspectiva, esa mancha solar equivale a casi el 60% del terreno dedicado al pistacho, cuarto cultivo leñoso en extensión nacional.
A escala global, los paneles fotovoltaicos ocupan 1,3 millones de hectáreas de suelos cultivables, aproximadamente la misma superficie que destinan los agricultores a melocotoneros (décimo frutal en importancia). Si se sembrara fruta en lugar de módulos solares, se obtendrían 22 millones de toneladas adicionales de melocotones, suficiente para generar 3.500 millones de kilos de alimentos anuales, un alivio nada desdeñable para los casi mil millones de personas que pasan hambre.
Nadie discute la necesidad de impulsar la energía renovable pero “El sol brilla igual en desiertos, tejados o balsas de riego que sobre un campo de trigo”. Con la tierra fértil cada vez más escasa y un futuro de agua limitada, expertos y organizaciones agrarias reclaman primar el autoconsumo en cubiertas industriales, flotantes en embalses o instalaciones en suelos improductivos antes que sacrificar hectáreas de cultivo.
La ecuación, en definitiva, deja poco margen: recursos agrícolas finitos + población creciente + desperdicio masivo versus la urgencia climática de descarbonizar el sistema energético. El reto será compatibilizar ambos objetivos sin privar a la mesa global de su pan… ni a la red eléctrica de su luz.